Época: Mundo fin XX
Inicio: Año 1973
Fin: Año 2000

Antecedente:
Problemas del mundo actual
Siguientes:
Raíces históricas del subdesarrollo
Dimensiones socio-económicas
Diversidad del Tercer Mundo
La lucha contra el subdesarrollo

(C) Isabel Cervera



Comentario

Aunque los progresos realizados durante el último medio siglo en el conjunto del planeta son innegables, las enormes diferencias entre los países ricos (o desarrollados) y los países pobres (o subdesarrollados) siguen lamentablemente siendo hoy una de las características principales de la economía mundial. Las preocupaciones sobre la crisis económica y sus secuelas (desempleo, marginación, incremento de la desigualdad... ) han ocupado la agenda de las sociedades occidentales en los últimos años. Con una perspectiva global, los problemas más importantes a los que la Humanidad debe hacer frente no están, sin embargo, en los países desarrollados sino en el Tercer Mundo.Un informe reciente de las Naciones Unidas resumía en unos pocos datos las insuficiencias dramáticas de la situación económica mundial: hay unos 800 millones de personas que siguen sin tener alimentos suficientes para comer; todavía mueren al día 34.000 niños de corta edad por malnutrición y enfermedades erradicables; aproximadamente diecisiete millones de personas mueren al año de enfermedades infecciosas y parasitarias -como la diarrea, el paludismo y la tuberculosis- que ya han desaparecido en los países ricos; la cuarta parte de la población mundial, esto es, unos 1.300 millones de personas sobre los 5.500 millones totales, vive en la pobreza absoluta, sin que pueda cubrir ni siquiera las necesidades básicas de alimentación, cobijo y salud; hay 35 millones de desplazados o refugiados; el 80 por 100 de los afectados por el sida vive en el Tercer Mundo; la situación medioambiental es catastrófica en muchas regiones del planeta (la desertización afecta a zonas en las que viven 850 millones de personas y cada segundo se deforesta una extensión de bosques tropicales equivalente a la superficie de un campo de fútbol).La testaruda realidad del subdesarrollo es, claro está, mucho más compleja que lo que indican esas impersonales pero escalofriantes cifras.Es bien sabido que más de tres cuartas partes de la población mundial viven en países del Tercer Mundo (85 por 100 si se cuentan también las naciones en transición de la antigua Unión Soviética y los países de Europa central y oriental). A principios de los años noventa ese 85 por 100 apenas efectuaba el 13 por 100 de la producción mundial, mientras que al 15 por 100 restante que vivía en los países ricos miembros de la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) se debía el 86 por 100 de esa producción. Además, se estima que en el año 2025 únicamente el 10 por 100 de la población mundial vivirá en los países hoy miembros de la OCDE. El resto lo hará en países subdesarrollados o en las hoy economías en transición que, en su mayor parte, se están "tercermundizando".La desigualdad internacional es, pues, enorme. La renta media por habitante de los países de la OCDE, medida en dólares a tipos de cambio (cantidad de moneda nacional que se cambia por un dólar) corrientes, es más de 20 veces superior a la de la media de los países del Tercer Mundo. Esa ya de por sí amplísima diferencia esconde además desproporciones abismales: la renta per cápita de Suiza, probablemente el país más rico del mundo, es más de 400 veces la de Mozambique, quizá la nación más pobre del planeta.Por añadidura, esa brecha es cada vez mayor. Los economistas del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) han estimado que el cociente entre la proporción de la renta mundial que va a parar al 20 por 100 más acomodado de la población total y el peso relativo de la del 20 por 100 más pobre ha pasado de 30 a 60 entre 1960 y 1990. Esto es, aparece una desigualdad no sólo enorme (de dos a tres veces mayor, a escala mundial, que la que existe en el Brasil, seguramente el país del Tercer Mundo con una distribución de la renta más desigual) sino también creciente. La brecha que existe entre los países más ricos del mundo y las naciones más pobres es cada vez mayor. Todo esto además sin contar a las personas pobres que malviven en los países ricos. Si lo hiciéramos, la renta de los 1.000 millones de personas con más medios habría pasado, respecto de la de los 1.000 millones más pobre, de ser 75 veces mayor en 1960 a suponer 150 veces más en 1990.Es bien cierto que, si utilizamos datos de renta en paridad de poder adquisitivo (esto es, teniendo en cuenta la capacidad adquisitiva de la renta por habitante y no por su equivalente en dólares a tipos de cambio corrientes), la desigualdad es bastante menor, pese a lo cual sigue siendo muy grande: la renta per cápita de los países de la OCDE sería unas diez veces mayor que la de los países del Tercer Mundo, en vez de serlo veinte veces.La economía mundial es pues tremendamente desigual. Además, esa falta de equidad no figura en la agenda de los temas más urgentes que los países ricos abordan periódicamente, por ejemplo, en las reuniones del G-7 (el grupo de los siete países más industrializados) o de la OCDE. La ayuda oficial al desarrollo es muy insuficiente (apenas unos 50.000 millones de dólares al año, una proporción muy pequeña de las necesidades de los países pobres) y está mal distribuida, puesto que reciben más los países menos pobres y los que más gastan en armamento. Y lo que es aún más grave: desde 1983 y durante casi un decenio se produjo, en gran parte por causa del reembolso de la deuda externa y de la fuga de capitales, una transferencia neta de recursos financieros "del Sur al Norte", es decir, todo lo contrario de lo que sería de sentido común.Por si esto fuese poco, muchos países ricos se protegen de las importaciones procedentes de los países pobres, con una larga serie de barreras al comercio. Por ejemplo, desde 1986 los Estados Unidos restringen las importaciones de artículos de confección originarios de Bangladesh, uno de los países más subdesarrollados del planeta. Para colmo de males, los países más desarrollados dificultan enormemente, cuando no impiden claramente, la entrada de inmigrantes provenientes de los países pobres, en lo que representa un nuevo ejemplo de la falta de solidaridad con seres humanos que viven muchas veces en condiciones miserables. No acaba aquí la larga serie de injusticias: algunos organismos internacionales, como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional (FMI) están dominados completamente por el pequeño número de países más ricos del planeta y son foros en los que el Tercer Mundo apenas puede hacer oír su voz.El desarrollo económico es una necesidad imperiosa en el mundo actual, y no sólo por razones humanitarias y de equidad. Si no queremos condenar para siempre a cientos de millones de personas a una existencia miserable y si pretendemos construir un mundo más equitativo, el desarrollo es una tarea ineludible. También lo es por una razón adicional, de gran importancia: los países pobres muchas veces no tienen más remedio que crecer y desarrollarse a expensas del medio ambiente (por ejemplo, deforestando los bosques tropicales o instalando fábricas contaminantes), lo que repercute en los habitantes de los propios países desarrollados. Cuando los brasileños talan enormes extensiones de árboles de la Amazonia o cuando los chinos crean instalaciones industriales que provocan lluvia ácida o generan gases de invernadero, los afectados no son únicamente ellos, sino todos los pobladores del planeta.Hay pues muchas razones para defender la necesidad del desarrollo en los países del Tercer Mundo. Para superar las situaciones de insatisfacción aguda de las necesidades básicas del ser humano (alimentación, salud, vestido y cobijo, sobre todo, pero también educación y respeto de los derechos humanos); para ampliar las posibilidades de elección, liberando a las personas de las imposiciones del medio natural y permitiéndoles organizar su vida con más libertad; para promover la emancipación de cientos de millones de mujeres en el Tercer Mundo, que en muchas ocasiones deben ocuparse únicamente ellas solas de la salud, la educación, el vestido e incluso la alimentación de sus hijos... Por todas esas razones y por muchas más, el desarrollo económico es una necesidad urgente en el mundo de hoy.Hasta principios de los años sesenta la mayor parte de los economistas pensaba que el crecimiento económico (la expansión del Producto Interior Bruto -PIB- o de la renta per cápita) conllevaría desarrollo. Sin embargo, ha quedado claramente demostrado por la experiencia de muchos países del Tercer Mundo que un aumento sostenido del producto o de la renta puede coexistir con el incremento de la pobreza, la desigualdad o el desempleo. Ese fenómeno de "crecimiento sin desarrollo" se registró por ejemplo en Brasil durante los años sesenta y setenta del presente siglo: el PIB creció a una tasa anual muy elevada (cercana a 10 por 100 entre 1967 y 1973, la época del mal llamado "milagro" brasileño), pero aumentó el porcentaje de pobres, se incrementó notablemente la desigualdad en la distribución de la renta y de la riqueza y creció el subempleo e incluso el desempleo en algunas áreas.El desarrollo es así un fenómeno mucho más amplio que el crecimiento, aunque este último es una condición necesaria (aunque no suficiente) del primero. Para que se produzca un desarrollo auténtico o genuino (y no el "desarrollo del subdesarrollo", como ha ocurrido en muchas ocasiones), hace falta que se registren simultáneamente crecimiento económico (el aumento sostenido de la renta per cápita), cambio estructural (crecimiento de la participación de la industria y, dentro de ella, de los sectores más intensivos en capital y tecnología) y, sobre todo, mejoras sustanciales en el nivel y la calidad de vida de la población (mayor y mejor disponibilidad alimentaria, más alta esperanza de vida, acceso más fácil a los servicios de salud y de educación, etcétera). En suma, debe mejorar al menos el Indice de Desarrollo Humano (IDH), un indicador que, propuesto por el PNUD, es ciertamente más adecuado que el del producto por habitante aunque no esté exento de inconvenientes.En suma, para citar a J. K. Galbraith en su libro La pobreza de las masas, "el desarrollo económico consiste en aumentar las posibilidades de éxito para quienes desean escapar de la pobreza masiva y de su cultura".En otro orden de cosas, el concepto de desarrollo económico hace referencia a una noción relativa, que carece de sentido fuera de un marco comparativo, esto es, si no se define respecto de una situación anterior o con respecto a otros países. Por ejemplo, una economía no adquiere una situación de riqueza y de bienestar de una vez por todas. El grado de desarrollo depende mucho de la capacidad que tenga ese país para afianzarse en una economía mundial jerarquizada, en la que los conflictos y los fenómenos de dominación y dependencia son la regla y no la excepción. Buen ejemplo de que un país desarrollado puede convertirse en un país pobre, es decir, puede retroceder en la senda del desarrollo, es el caso de Argentina. A principios del siglo XX, era uno de los países más ricos del planeta. Todavía en 1950 la renta per cápita de los argentinos era mayor que la de España o la del Japón y similar a la de Italia. Por razones muy diversas, sobre las que los economistas no se ponen de acuerdo, cuarenta años más tarde, esto es en 1990, Argentina tenía un PNB (Producto Nacional Bruto) por habitante equivalente a la cuarta parte del de España y más de diez veces inferior al del Japón. Muchas otras economías habían "adelantado" también a Argentina: Grecia, Corea del Sur, Portugal, Brasil y México, entre otras.Los factores del desarrollo económico son complejos. En realidad los economistas no conocen bien sus raíces. Muchos análisis económicos son parciales y muy discutibles. Por ejemplo, las tesis que insisten en la importancia del libre juego de los mercados parecen no ajustarse bien a la experiencia de países como Alemania, Japón o Corea del Sur, en los que la intervención del Estado fue muy importante. Tampoco las teorías que destacan la importancia de la dotación de recursos naturales son muy creíbles: precisamente los países más avanzados en el mundo desarrollado y en el Tercer Mundo (como Suiza y Japón, en el primer caso, o algunos países de Asia oriental, en el segundo) carecen de recursos naturales. Mientras, muchos países africanos, bien dotados de materias primas minerales o de ricas tierras cultivables, se cuentan entre los más atrasados del mundo. La propia expresión "países pobres" no es muy correcta, ya que muchas de las economías que figuran en ese grupo son en realidad "ricas" en recursos naturales. Como señalaba en los años sesenta el geógrafo francés Yves Lacoste, "la despensa del Tercer Mundo no está vacía, sino que tiene la puerta cerrada". Los límites que separan a los países ricos de los subdesarrollados no están muy claros. Por ejemplo, el Banco Mundial, en sus informes anuales sobre el desarrollo, establece una frontera entre los países de ingreso bajo y mediano y los países de ingreso alto que para 1991 estaba situada en torno a los 8.000 dólares de PNB por habitante. Sin embargo, este indicador no es aceptable: por ejemplo, países exportadores de petróleo como Kuwait, Arabia Saudí, Qatar, los Emiratos Arabes Unidos o economías pequeñas como las de Bahamas, Hong Kong o Singapur han figurado durante bastantes años en los informes del Banco Mundial junto a los países industriales de economía de mercado, aunque fuesen naturalmente países subdesarrollados, en el primer caso, y al menos economías muy distintas de las industriales, en el segundo..Además, el criterio del PNB per cápita no tiene en cuenta la economía tradicional: autoconsumo, trueque, etcétera. Es decir, la parte de la producción que no pasa por el mercado, ni tampoco la economía sumergida, que tan importante es en algunos países del Tercer Mundo, como, por ejemplo, Perú. Por añadidura, el PNB per cápita, calculado en dólares estadounidenses a tipos de cambio de mercado, no toma en consideración la disparidad de precios: de modo que si un país A, con un PNB per cápita equivalente a la mitad del de un país B, dispone de unos precios del 50 por 100 de los de este último, el resultado es que ambos serían igualmente ricos, esto es, tendrían la misma renta per cápita en paridad de poder adquisitivo, aunque el criterio tradicional nos diga que A es dos veces más rico que B. Por esa última razón los Informes sobre desarrollo humano del PNUD utilizan, como uno de sus indicadores primarios, el PIB por habitante en paridad de poder adquisitivo, como ya se señaló anteriormente.El índice del desarrollo humano es un indicador más pertinente, aunque, como ya se ha visto, tiene también sus inconvenientes. Quizá lo que ocurra sea sencillamente que la frontera entre el desarrollo y el subdesarrollo no es susceptible de ser cuantificada y que, por tanto, hay que buscar aspectos cualitativos que distingan a unas economías de otras. En la actualidad, el Tercer Mundo es cada vez más heterogéneo. Sin embargo, a principios de los años cincuenta, cuando del demógrafo francés Alfred Sauvy ideó el término "Tercer Mundo" para referirse a los países del mundo que no pertenecían ni a Occidente ni al Este de influencia soviética, los economistas tenían muy clara la homogeneidad de los países subdesarrollados. Se trataba de un conjunto de países ciertamente dispares desde el punto de vista geográfico, cultural y político, pero que reunían unas características económicas y sociales comunes: subindustrialización, estancamiento, alto crecimiento demográfico y pasado colonial o semicolonial. Los países "periféricos", como también fueron llamados a instancias de la famosa CEPAL (Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas, dirigida por el argentino Raúl Prebisch hasta su muerte en 1986), -tenían:- una escasa participación del sector industrial en el PIB o de la población ocupada en la industria dentro de la población ocupada total;- un ritmo lento de crecimiento económico;- unas tasas muy elevadas de expansión demográfica, como consecuencia de la fuerte caída de la tasa de mortalidad (número de fallecidos por cada 1.000 habitantes) en un marco de tasas de natalidad (número de nacidos vivos por cada 1.000 habitantes) estables;- un legado colonial, puesto que muchos eran todavía colonias, acababan de independizarse o habían estado sometidos durante mucho tiempo a la dominación económica de las metrópolis.En otros términos, el subdesarrollo estaba claramente definido como un retraso en la transición económica hacia la sociedad industrial y el crecimiento autosostenido, en la transición demográfica hacia un crecimiento lento de la población y en la transición política hacia la independencia y la formación del Estado nacional.En los años noventa, esas diferencias son mucho menos nítidas. Algunos países del Tercer Mundo, como Brasil, México o los pequeños dragones asiáticos (Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong y Singapur) se han industrializado notablemente, al tiempo que, particularmente en Asia, han crecido con gran rapidez. En Asia -China e India, sobre todo- y en algunos países de América Latina, las políticas de limitación de los nacimientos y el propio aumento en el nivel de vida han provocado un claro descenso en las tasas de crecimiento demográfico a causa de la caída en la fecundidad. Por último, en la mayor parte de los casos, han pasado por lo menos cuarenta años desde el fin del período colonial, un tiempo suficiente para eliminar al menos sus consecuencias más adversas. En suma, la creciente heterogeneidad del Tercer Mundo hace que sea necesario buscar nuevos criterios de delimitación entre Primer y Tercer Mundo.